Por Roberto E. Biaggi, Ph. D.
¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien! (Salmo 139:14, Nueva Versión Internacional, NVI).
La prestigiosa revista científica Nature publicó un artículo en inglés sobre el origen del vuelo en los vertebrados. La tapa de la edición del 17 de diciembre de 2020 mostraba una ilustración de un dinosaurio levantando vuelo y el título del artículo central era “El camino hacia el vuelo” (The Path to Flight). Los autores del artículo afirman que los pterosaurios, reptiles voladores ahora extinguidos, fueron los primeros vertebrados en evolucionar el vuelo propulsado a partir de dinosaurios no voladores.
Existen varios organismos que vuelan o planean, pero pertenecen a grupos tan diferentes que los mismos científicos evolucionistas postulan que no pudieron evolucionar unos de otros ni tuvieron un antepasado común, sino que el vuelo tuvo que evolucionar en forma separada por lo menos cuatro veces en la historia de la vida.
Esto es muy diferente de lo que nos dice la Biblia en Génesis 1:20-21 (NVI):
“Y dijo Dios: «¡Que rebosen de seres vivientes las aguas, y que vuelen las aves sobre la tierra a lo largo del firmamento!» Y creó Dios los grandes animales marinos, y todos los seres vivientes que se mueven y pululan en las aguas y todas las aves según su especie.”
Evidentemente, el vuelo surgió desde el mismo principio. En todos los casos, los organismos voladores aparecen repentinamente en el registro fósil sin eslabones transicionales en estratos inferiores.
Los cuatro tipos de organismos voladores son los insectos, los pterosaurios (reptiles), las aves y los murciélagos (mamíferos). Todos ellos con características inusuales relacionadas con su habilidad de volar. Los insectos y las aves tienen alas rígidas, mientras que los murciélagos tienen alas membranosas con múltiples articulaciones y músculos que controlan la forma del ala y su rigidez en vuelo. Estos últimos son más veloces en vuelo que cualquier vertebrado y se mantienen sobrevolando sin cambiar su posición. A diferencia de las aves, los murciélagos pueden manipular sus alas y cambiar de dirección diez veces más rápido que cualquier ave. Su vuelo nocturno es eficaz para atrapar insectos. También les permite en pleno vuelo invertir su posición cabeza abajo y sujetarse con sus patas a una rama o del techo de una caverna.
Los colibríes y los insectos pueden elevarse con el movimiento de alas en ambas direcciones. Los colibríes tienen músculos especiales muy desarrollados que les permiten invertir sus alas 180 grados y generar un aleteo espectacular de 80 batidos por segundo hacia adelante, atrás, arriba, abajo, o mantenerse sobrevolando en un mismo lugar. Algunas especies de colibrí migran largas distancias sin parar como el “garganta rubí” que migra en otoño desde Florida, Estados Unidos a Yucatán, México, unos 2.000 km, y almacena energía para el viaje en 2g de grasa, que es justo lo necesario para poder llegar a destino sin problemas. ¡Otras aves como el mosquitero musical, de 10 gramos de peso, migran de ida un total de 13.000 km!
En cambio, algunas son planeadoras, como el pájaro fragata, que tiene 1,80 m de envergadura (alas extendidas). Está construido para planear y, utilizando las corrientes de aire ascendentes y sin batir sus alas, puede viajar en el viento más de 50 km. Se sabe que puede planear ininterrumpidamente por varios días, durmiendo en vuelo solo durante fracciones de 10 segundos. Estos mini descansos le permiten “dormir” unos 40 minutos al día. ¡Asombroso!
Hoy los reptiles no vuelan, sin embargo, los pterosaurios, reptiles extintos del Mesozoico y considerados experimentos fallidos en la evolución del vuelo, podían planear. Sin embargo, ahora se cree que eran expertos voladores. Se cree que no tenían plumas, pero sí un tipo especial de fibras, y además, un hueso que daba apoyo a las membranas del ala. En este grupo se encuentran los voladores de mayor tamaño que jamás hayan existido, como el Pteranodon y el Quetzalcoatlus con alas de hasta 10 m. Algunos estudios recientes afirman que el Archaeopteryx, un organismo con características de reptil y de ave, que por mucho tiempo se creyó que no podía volar, sí podía aletear, pero con un movimiento similar a los nadadores de estilo mariposa.
Otros organismos son planeadores, como los peces voladores. Ellos poseen aletas especiales que se convierten en alas para planear fuera del agua. Tienen una aleta asimétrica que les permite “saltar” fuera del agua. El calamar “volador”, conocido desde el siglo XIX, como el calamar de Humboldt, de 1,8 m de largo, salta del agua, acelera por el aire por unos segundos gracias a un sistema de propulsión a chorro y luego planea por el aire con aletas y tentáculos unas decenas de metros.
Otros reptiles fósiles, como el Coelurosauravus tenían “osteodermos”, unos huesos finos y largos como varas en la piel, que sostenían una membrana que se extendía como una gran ala planeadora.
En los mamíferos actuales también existen planeadores, como la ardilla voladora norteña (Norteamérica), y el marsupial planeador petauro del azúcar (Australia). Ambos nocturnos y arbóreos, planean gracias al patagio (lat., patagium), una membrana elástica de piel situada entre las patas delanteras y traseras.
Como hemos visto, cada organismo volador y planeador, despliega estructuras especialmente únicas para volar espectacularmente, y es evidente que desde el principio el sabio Diseñador los creó de esta manera para poder adecuarse a su ambiente y satisfacer sus necesidades.
¡Alaba cada día al Creador por sus diseños maravillosos!