Evolucionismo

La religión llamada ciencia – VI

Por Jorge L. Wiebusch

La famosa teoría del inglés Charles Darwin respecto del origen de las especies y la selección natural conquistó el respeto del mundo científico y parece tener aceptación unánime en este medio, aunque no es así. Esta teoría ha polarizado a la comunidad científica y experta, causando división e incomodidad por el tratamiento privilegiado que recibe en comparación con otras hipótesis.

En esta serie de artículos analizaremos la precariedad de la verdad científica y cómo la teoría darwiniana se convirtió en una doctrina que se asemeja bastante a una religión, imponiendo sus conceptos mediante una verdadera dictadura científica. Presentaremos evidencias de los métodos “evangelizadores” de los científicos darwinistas, demostrando que esta teoría depende tanto de la fe como cualquier religión contemporánea.

Los comentarios estarán abiertos para cada artículo de la serie y también podrán contactar directamente al autor a través del correo electrónico.

La ciencia y el sentido común

Los avances de la actualidad no nos dan derecho de condenar al sentido común y tratarlo como el villano del saber. Eso sería como si un joven se avergonzara de su madre, sencilla y analfabeta, que pagó los estudios de su hijo con su trabajo humilde. El joven “doctor” ahora se avergüenza de su madre y de su profesión. ¿Quién merece lástima en esta situación? Considerando el carácter fundamental de cada trabajo en el seno social, la dedicación de la madre, su entrega y sacrificio, su hijo doctor debería avergonzarse de sentir vergüenza. Por este motivo, el sentido común merece un tratamiento ético por parte de la comunidad científica.

Esta expresión (sentido común) no fue inventada por las personas de sentido común. El sentido común fue establecido por personas que se juzgaban por encima del sentido común, como una forma de distinguirse de otras que, según su criterio, eran intelectualmente inferiores (Alves, 2015, p. 13).
El ejemplo de Alves es genial. Presenta una escena donde un ama de casa va de compras y debe elegir en base a la información que recibe, al dinero que posee, al gusto de su familia y a la oferta de productos y precios. Ella compara precios, verifica los productos de estación, clasifica la lista en indispensables y deseables. Relaciona las ciencias económicas con las humanas. Conoce el valor simbólico de los alimentos. Sabe que no son simples productos aún sin haber estudiado a Veblen o Lévi-Strauss. Alves afirma: “La ciencia no es una forma de conocimiento diferente del sentido común. No es un nuevo órgano. Es simplemente una especialización de ciertos órganos y un control disciplinado de su uso”. Y dice más: “La ciencia es una metamorfosis del sentido común. Sin él, no podría existir. Y esa es la razón por la que no existe nada de misterioso o extraordinario en ella” (Alves, 2015, p. 14).

Una vez más podemos evocar el mito de la caverna de Platón (429-399 AC) para traer a la mente científica a la realidad. Quien quiera que sea que se juzgue superior en su saber debe recordar que ve una sombra en la pared. El apóstol San Pablo (originalmente Saulo de Tarso), líder cristiano, reconoció el carácter limitado del conocimiento teológico, siendo un fariseo, es decir, un doctor de la ley y la tradición judías, parafraseando a Platón (1 Corintios 13:11-13):

Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser adulto, dejé atrás las cosas de niño. Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido. Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de ellas es el amor.

Conocer y saber son el mayor deseo del ser humano, junto con el deseo de que la vida no sea tan efímera, que su sentido no sea simplemente el transcurso del tiempo, un principio y un fin. Existen muchas cuestiones sin respuesta. Afortunadamente, la filosofía no es la ciencia de las respuestas, sino de las preguntas. Y el que pregunta es humilde o lo suficientemente sabio como para confrontar a quien pregunta. No siempre podemos responder a las cuestiones de la vida desde el positivismo.

También es paradójico que la ciencia admita enmendar sus teorías cada vez que se comprueba falsedad en ellas, o que no admita conocimientos y saberes fuera de ella, o que no dé crédito al sentido común. Así como algunas teorías del pasado nos provocan risa en la actualidad, probablemente en el futuro la ciencia de hoy parecerá cuento. “Nuestros textos de ciencias, en el futuro, serán probablemente citados como supersticiones primitivas” (Alves, 2015, p. 30). El sentido común y la ciencia, por otra parte, no son completos extraños, sino más bien parientes cercanos.

El sentido común y la ciencia son expresiones de la misma necesidad básica, la necesidad de comprender el mundo, a fin de vivir mejor y sobrevivir. A aquellos que tienden a pensar que el sentido común es inferior a la ciencia, solo me gustaría recordarles que, por miles de años, los hombres sobrevivieron sin nada parecido a lo que hoy llamamos ciencia. Después de casi cuatro siglos del surgimiento de sus fundadores, curiosamente la ciencia ha presentado serias amenazas a nuestra supervivencia (Alves, 2015, p. 22).
Haciendo eco de las palabras de Santos, Vitkowski (2004) nos ayuda a concluir:

Ahora bien, lo que se le recusa a la ciencia es su prerrogativa de legislar sobre otras formas de conocimiento o de experiencias en que los problemas y las preguntas no pueden reducirse a lo que el conocimiento científico considera relevante.

Bibliografía

VITKOWSKI, José Rogério. Epistemologia e educação para uma vida decente. Universidad Estatal de Ponta Grossa. 2004.