Evolucionismo

La religión llamada ciencia – IX

Por Jorge L. Wiebusch

La famosa teoría del inglés Charles Darwin respecto del origen de las especies y la selección natural conquistó el respeto del mundo científico y parece tener aceptación unánime en este medio, aunque no es así. Esta teoría ha polarizado a la comunidad científica y experta, causando división e incomodidad por el tratamiento privilegiado que recibe en comparación con otras hipótesis.

En esta serie de artículos analizaremos la precariedad de la verdad científica y cómo la teoría darwiniana se convirtió en una doctrina que se asemeja bastante a una religión, imponiendo sus conceptos mediante una verdadera dictadura científica. Presentaremos evidencias de los métodos “evangelizadores” de los científicos darwinistas, demostrando que esta teoría depende tanto de la fe como cualquier religión contemporánea.

Los comentarios estarán abiertos para cada artículo de la serie y también podrán contactar directamente al autor a través del correo electrónico.

La fábula del túnel del tiempo

Después de años de investigación y esfuerzo conjunto alrededor del mundo, analizando y tratando de armonizar la Teoría de la Relatividad General y la mecánica cuántica, Moisés, un científico fabuloso (ficticio), desarrolla y perfecciona una propuesta del matemático Theodor Franz Edward Kaluza y crea no solamente la explicación más convincente sobre la quinta dimensión del universo, sino también una sexta y una séptima dimensiones. Controlando la teoría de las cuerdas, nunca antes controladas, Moisés crea un acelerador de partículas con propiedades inversas, capaz de generar una energía proporcional a un agujero negro en el exacto momento de expansión. Aplicando estas técnicas finalmente produce la tan soñada máquina del tiempo. El transportador entra en operación y el primer viaje, por razones de seguridad, es de apenas milésimos de segundo. Muchos dudarían de su veracidad. Pero después de varias pruebas, programa la máquina del tiempo algunos millones de años atrás. El equipo enviado descubre un planeta muy poco habitado, pero con características similares al nuestro. El medidor de tiempo indica que han viajado poco más de seis mil años atrás. Después de algunas expediciones, llegan a un oasis -el Jardín del Edén-, habitado por una pequeña tribu; en realidad, se trata de una sola familia. Después de aproximarse cautelosamente y conversar un rato con ayuda de un traductor, los científicos se dan por satisfechos y regresan a su mundo con un informe.

“Encontramos una pareja muy receptiva que no parecía sorprendida con nuestra presencia. Tenían apariencia muy saludable, parece que su sustento era a base de frutas y verduras que abundan en su hábitat. La pareja parecía tener entre 35 y 45 años, aunque dijeron que solamente tenían unas pocas semanas de vida. Aún no habían tenido hijos, lo que nos parece bastante extraño, porque a su edad y, sin utilizar métodos anticonceptivos, deberían tener varios hijos. Tendremos que regresar para analizar si eso se relaciona con el hábitat tan distante y solitario en el que viven. Conclusión: El hombre prehistórico no sabe contar los años, es infértil y bastante místico”.

Como toda fábula, la moraleja es la siguiente:

La ciencia avanza, tiene sus revoluciones y cambia de paradigmas, pero siempre será inductivista y verá lo que desea ver. Aunque exista una verdad, siempre habrá varias interpretaciones, condicionadas por las limitaciones humanas y el orgulloso prejuicio. Así nunca llegaremos a tener una visión completa de la verdad.