La famosa teoría del inglés Charles Darwin respecto del origen de las especies y la selección natural conquistó el respeto del mundo científico y parece tener aceptación unánime en este medio, aunque no es así. Esta teoría ha polarizado a la comunidad científica y experta, causando división e incomodidad por el tratamiento privilegiado que recibe en comparación con otras hipótesis.
En esta serie de artículos analizaremos la precariedad de la verdad científica y cómo la teoría darwiniana se convirtió en una doctrina que se asemeja bastante a una religión, imponiendo sus conceptos mediante una verdadera dictadura científica. Presentaremos evidencias de los métodos “evangelizadores” de los científicos darwinistas, demostrando que esta teoría depende tanto de la fe como cualquier religión contemporánea.
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El mito: ciencia
Alves (2015, p. 10) declara:
El científico se convirtió en mito. Y todo mito es peligroso, porque induce el comportamiento e inhibe el pensamiento. Este es uno de los resultados más paradójicos y trágicos de la ciencia. Si existe una clase especializada en pensar de la forma correcta (los científicos), los otros individuos quedan liberados de la obligación de pensar, y pueden simplemente hacer lo que los científicos mandan.
Las premisas y los paradigmas pueden enyesar a los científicos en su metodología y convertirlos en técnicos incapaces de admitir otras verdades. “El modo de pensar influye el modo de actuar” (Curnow, 2016, p. 9). Si esta declaración es verdad, será verdad tanto para el religioso o creyente como para el ateo y el científico. Ya Trevor (2016, p. 81) afirma: “El mismo lenguaje que aprendiste a hablar contribuyó mucho para estructurar tu forma de percibir el mundo”. Para Jean Paul Sartre somos lo que elegimos ser. Como concluye Curnow (2016, p. 10), negar este hecho es negar la libertad. Este es el desafío de todo ser pensante, a saber, no es probar que está en lo cierto, sino buscar la verdad y, cuando cree haberla encontrado, admitir la posibilidad de que, en cualquier momento, puede ser cuestionada y nacer un nuevo paradigma que, a su vez, tampoco podrá ser tomado como verdad absoluta.
Suponemos que aquello que observamos confirma nuestras teorías científicas. Sin embargo, las observaciones no aportan, de hecho, ninguna confirmación. Un claro ejemplo de esto es justamente el heliocentrismo. Vemos que el Sol nace y se pone. Pero en realidad, no se mueve. David Hume, al comentar esto, nos presenta una dicotomía interesante que no discutiremos por falta de tiempo. Pero diremos que David Hume, citado por Kleinman (2014) enfrenta la noción de la existencia de Dios y de la creación del alma justamente porque es imposible “experimentar” a Dios. ¿Pero cómo puede alguien hablar en nombre de todos los seres humanos? Otra interesante cuestión es: ¿Qué significa experimentar a Dios? Es sin duda una manera mecanicista de ver la vida.
Careceríamos de más tiempo para cuestionar sus tres instrumentos de inquisición filosófica: El microscopio, la lámina y la bifurcación. Al tratar brevemente de la lámina, para desvalorizar la metafísica y la religión, afirma Hume, estas no pueden separarse en ideas más simples. Y si no pueden hacerlo, ¿cómo podrán ser aceptadas, aprendidas, percibidas y practicadas por tantas culturas y personas diferentes, desde las más humildes hasta las más cultas y refinadas, desde los aficionados hasta los profesionales?
Científicos, filósofos y sentido común
“Necesitamos cultivar siempre una actitud receptiva y comprensiva”. Luiz Jean Lauand.
Las cuestiones humanas nunca fueron de fácil coincidencia intelectual. Cuando pensamos haber encontrado una respuesta, surgen más preguntas que nacen de ella. Ciertas respuestas satisfacen a unos e intrigan a otros. El relativismo intenta armonizar antagonismos, pero también es rechazado por muchos.
“Santo Tomás de Aquino escribió un número increíble de textos filosóficos que abordan los asuntos más dispares, desde la filosofía natural y la obra de Aristóteles hasta la teología y la Biblia” (Kleinman, 2014, p. 48). Aquino podía, al menos aparentemente, disfrutar de sus investigaciones y búsqueda de respuestas sin tener que negar su fe o su religiosidad.
Seguiremos hablando del sentido común en el próximo artículo.