Evolucionismo

La religión llamada ciencia – III

Por Jorge L. Wiebusch

La famosa teoría del inglés Charles Darwin respecto del origen de las especies y la selección natural conquistó el respeto del mundo científico y parece tener aceptación unánime en este medio, aunque no es así. Esta teoría ha polarizado a la comunidad científica y experta, causando división e incomodidad por el tratamiento privilegiado que recibe en comparación con otras hipótesis.

En esta serie de artículos analizaremos la precariedad de la verdad científica y cómo la teoría darwiniana se convirtió en una doctrina que se asemeja bastante a una religión, imponiendo sus conceptos mediante una verdadera dictadura científica. Presentaremos evidencias de los métodos “evangelizadores” de los científicos darwinistas, demostrando que esta teoría depende tanto de la fe como cualquier religión contemporánea.

Los comentarios estarán abiertos para cada artículo de la serie y también podrán contactar directamente al autor a través del correo electrónico.

La dictadura de la ciencia

“Todo conocimiento tiene una finalidad. Saber por saber, por más que se afirme lo contrario, no es más que un contrasentido” (Alves, 2015, p. 35).

Es innegable el valor intrínseco de la ciencia para la vida humana y su respetabilidad como herramienta de desarrollo de la calidad de vida y supervivencia del ser humano. Esta reputación se conquistó con la construcción de una imagen ética de búsqueda de la verdad, sin caer en pasiones mitológicas. Los científicos necesitaban más que una opinión y no tenían argumentos que podían comprobarse.

Se fueron perfeccionando y superando modelos y paradigmas, y la constante desconfianza elevó a la ciencia a un pedestal profesional y de credibilidad. En la actualidad, este prestigio otorga estatus y parte de la comunidad científica se conduce con arrogancia y ejerce una actitud reprobada en la medida que, olvidándose del carácter provisorio de sus modelos y paradigmas, se posiciona como la única fuente autorizada del saber.

La filosofía, el sentido común y la cultura popular fueron de gran relevancia por miles de años. Fue la observación simple, la experimentación y la transmisión de conocimientos y prácticas lo que sirvió como base de la sociedad que hoy habita este planeta. Es innegable que siempre existió resistencia al cambio, especialmente cuando no se comprendía plenamente y provocaba el abandono del estatus que se había construido por generaciones. Para Alves (2015, p. 39):

No importan las diferencias que separan el sentido común de la ciencia, ambos buscan el orden”. El mismo autor aclara que el orden está presente hasta en los más primitivos niveles de vida, por lo que no es un privilegio de la ciencia.

La relación entre la iglesia y la ciencia

Existe cierta animosidad explícita de la ciencia en contra de la religión. Casos famosos como el del matemático y astrónomo Galileo Galilei, o el polaco Nicolás Copérnico, se citan como barbaries que la iglesia ha cometido en contra de la ciencia. Según declara Narloch (2013, p. 65) “una discusión tan obvia hoy, la teoría del heliocentrismo, no podía confirmarse sino hasta el surgimiento del telescopio”.

No es más que una falacia afirmar que la creencia común de una tierra plana se basa en las Sagradas Escrituras. La Biblia no enseña eso y nunca tuvo como objetivo ser un tratado de ciencias naturales. Los términos técnicos, específicos y apropiados que hoy conocemos para definir el formato de nuestro planeta azul no existían entonces. Esta es la razón por la que los términos utilizados en las Escrituras son semánticamente limitados o inapropiados a la luz de la ciencia contemporánea.

Regresando al tema de Galileo y Copérnico, “los científicos contemporáneos también los despreciaron porque eran religiosos y daban más crédito a las ciencias” (Narloch, 2013, p. 68). No obstante, estos científicos tenían enemigos en ambos grupos: religiosos y científicos. “Entre los adversarios de Copérnico y Galileo había eminentes religiosos, filósofos y matemáticos famosos; y entre sus principales aliados había amigos, abades, frailes, monjes, padres, obispos y cardenales” (Narloch, 2013, p. 66).

Es mucho más probable que la resistencia generada contra Galileo no haya tenido que ver tanto con sus descubrimientos astronómicos como con su dedicación a la astrología: una “ciencia” sin comprobaciones, según los paradigmas cartesianos, ampliamente condenada por las Escrituras judeocristianas, que prohibían las brujerías, la consulta a los espíritus y la adivinación.

Todavía hablando de Galileo, Nardoch (2013, p. 75) comenta: “Uno de sus manuscritos contenía 25 horóscopos que redactó cuando era profesor de la Universidad de Padua. Eran predicciones para sí mismo, para sus hijas Virginia y Livia y para el decano de la universidad, Gianfrancesco Sagredo”.

No es justo atribuir a la iglesia el título de anticiencia. Las mayores bibliotecas y centros universitarios estuvieron ligados a la iglesia. Actualmente, las mayores redes educativas del mundo continúan siendo de confesión religiosa. Para citar solo un ejemplo, la Iglesia Adventista del Séptimo Día (IASD), una institución joven, con poco más de 150 años de organización y funcionamiento, administra más de 7500 instituciones educativas alrededor del mundo, que incluyen más de 100 universidades, más de 40 centros de entrenamiento profesional, más de 2000 escuelas de nivel medio o secundario y más de 5000 escuelas de nivel primario o básico. El total de estudiantes en 2013 fue de más de 1.800.000 (IASD, 2015).

CONTINUARÁ…