La noticia señala que hace aproximadamente 66 millones de años, un enorme asteroide cayó en el mar cerca de México. El impacto creó un cráter de aproximadamente 145 km de diámetro y lanzó montañas enteras al aire. Los restos se precipitaron nuevamente sobre la tierra en forma de gotas de roca y vidrio derretido. Algunos peces se tragaron estas bolas de vidrio mientras nadaban debajo de esta lluvia extraña. Olas gigantescas arrastraron a los animales terrestres y los sepultaron en el barro.
Recientemente, científicos de Dakota del Norte desenterraron fósiles de peces. Según un artículo publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, “habrían muerto durante los primeros minutos u horas después del impacto del asteroide”. La noticia provocó una tremenda excitación entre los paleontólogos. “Se está describiendo el día en que murieron los dinosaurios”, dijo Timothy Bralower, un paleoceanógrafo de la Universidad Estatal de Pensilvania que estudia el cráter del impacto pero no participó de la investigación.
Se estima que el evento, conocido como la “extinción del Cretácico-Paleogeno”; “K-Pg” o “Extinción K-T” hizo desaparecer casi las tres cuartas partes de las especies. Entre las víctimas, están el Tiranosaurio Rex, el Triceratops y varias criaturas marinas y de agua dulce, además de plantas y microorganismos, incluido el 93% del plancton.
Cuatro décadas de investigaciones refuerzan la teoría de la extinción en masa causada por el asteroide, ampliamente aceptada como la explicación más plausible para la extinción de los dinosaurios. A fines de la década de 1970, Luis y Walter Álvarez, de la Universidad de California, en Berkeley, examinaron un estrato geológico bastante raro entre los períodos Cretácico y Paleogeno. La frontera entre los dos estratos estaba enriquecida con iridio, lo que es muy raro en la corteza terrestre, pero muy común en los asteroides.
Los fósiles de Hell Creek representan “la primera fosa común de cadáveres de animales jamás encontrada”, señala el autor del estudio, Robert De Palma en un comunicado. De Palma estudia su doctorado en la Universidad de Kansas y en 2013 comenzó a investigar la formación Hell Creek en Dakota del Norte. Desde entonces, De Palma y otros paleontólogos encontraron montañas de esturiones fosilizados y restos de peces espátula con esferas de vidrio en sus entrañas. También se encontraron amonites, dientes de tiburón, restos de lagartos acuáticos predadores, llamados mosasaurios, mamíferos, insectos, árboles, un triceratops, además de plumas fosilizadas, huellas de dinosaurios y de mamíferos. Una resina fosilizada llamada ámbar contenía esferas de vidrio en su interior. El lugar presenta “todas las señales del impacto de Chicxulub”, dice Bralower, incluidas las “bolas de vidrio” y mucho iridio. En el estrato geológico por encima de los fósiles, los helechos dominan el paisaje, denotando un ecosistema en recuperación. “Todo esto es fascinante”, señala.
A principios de la década de 1990, los investigadores descubrieron lo que podría ser la cicatriz que dejó el asteroide: un cráter en la península de Yucatán. El impacto recibió el nombre de la ciudad mexicana más próxima: Chicxulub. Las formas de destrucción causadas por el impacto de Chicxulub son abundantes: podría haber envenenado el planeta con metales pesados, podría haber convertido al océano en ácido, podría haber envuelto la Tierra en la oscuridad o provocado incendios globales. El impacto podría haber provocado erupciones volcánicas como si el planeta fuese una lata de refrescos previamente sacudida.
Hell Creek se sitúa a más de 3.200 km del cráter de Chicxulub, lo que no impide que una lluvia de “canicas de vidrio”, llamadas tectitos, cayese 15 minutos después del impacto, señala el autor del estudio, Jan Smit, un paleontólogo de la Universidad Vrije, en Ámsterdam, que también descubrió iridio en las fronteras del área K-Pg.
Los peces, presionados contra el lecho como si fuesen flores secas dentro de un libro, están totalmente preservados. “Sería el equivalente animal del hallazgo de personas enterradas en las cenizas de Pompeya”, dijo Bralower.
En la época de los dinosaurios, la región de Hell Creek era un valle fluvial. El río alimentaba un mar interior que conectaba el Océano Ártico con el Golfo de México prehistórico. Después de que el asteroide alteró la superficie, los terremotos de magnitud 10 u 11 se propagaron por el mar, según los autores del estudio. El resultado no fue un tsunami, sino lo que se conoce como ondas seicha. Estas ondas pueden indicar temblores distantes, como las que se registraron en los fiordos de Noruega en 2011, previas al terrible terremoto de Tohoku, cerca de Japón. En el caso del evento K-T, las ondas seicha vinieron de un mar interior y alcanzaron los 9 metros, inundando el valle del río como una enorme marea de agua, escombros y arena. En seguida, una lluvia de piedras y partículas de vidrio sin precedentes arrasó la superficie.
Adaptado de Washington Post