Por Edith Ivonne Merlos
“Hablarán del esplendor de la gloria de tu majestad, y yo relataré tus maravillas“. Salmos 145:5, versión Reina-Valera Actualizada online.
Ya sabes que el “baúl” donde están escritas nuestras características es el ADN y que dentro de esta macromolécula, el Creador diseñó y ordenó inteligentemente secuencias de nucleótidos que forman a los genes.
El ADN helicoidal tiene la propiedad de formar dobles idénticos por medio del proceso de duplicación. Las dos hebras (barandas complementarias con azúcar, grupo fosfato, adenina, timina, citosina y guanina) se separan ayudadas por enzimas. Cada una de ellas ha de servir de molde para formar dos ADN helicoidales completos e idénticos. Este suceso asegura que cada célula hija reciba la misma información genética en la división celular, base del crecimiento de todo lo vivo.
Se estima que el ADN humano posee unos 6.600 millones de bases. Y las células sexuales poseen exactamente la mitad de ellas (unos 3.300 millones).
Impresiona saber que todo lo que somos fue maravillosamente escrito por Dios en tan solo 2 metros de longitud. Los rasgos personales almacenados dentro del ADN de una sola célula de nuestro cuerpo alcanzan una altura mayor a la estatura media de cualquier ser humano.
A este conjunto de información total o paquete de genes (unos 20.000 en la especie humana), se denomina genoma. Las células que forman cualquier parte u órgano de nuestro cuerpo poseen dos copias de ese genoma razón por la que se las denomina diploides. Por otro lado, las células sexuales (como el óvulo y el espermatozoide) solo poseen una copia del genoma y por ello son haploides (23 cromosomas de los 46 del genoma humano). Gran parte del ADN de los padres se perpetúa en el ADN de los hijos por la reproducción.
El ADN de una especie está en el núcleo y en las mitocondrias.
Los genes que constituyen el 30% del genoma poseen fragmentos que los separan o secuencias intergénicas que completan el 70% del genoma humano.
Todo el ADN se concentra en estructuras llamadas cromosomas donde los genes ocupan lugares específicos o locus. Los genes son los instructivos para la síntesis de proteínas corporales que definen nuestras características propias. En este proceso intervienen distintos ARN (de transferencia y mensajero), otros tipos de ácidos nucleicos cuya participación suma al trabajo de síntesis celular de biomoléculas.
La herencia, proceso de transmisión de características de padres a hijos, está regulada. Las investigaciones de un curioso monje austríaco llamado Gregor Mendel, que iniciaron en el año 1856 permitieron enunciar las tres leyes que rigen, en su mayor parte, la transmisión de cualidades-rasgos de padres a hijos.
- La 1° ley sostiene que al cruzar dos individuos con características puras se obtiene una descendencia semejante que exhibe una de esas características.
- La 2° ley afirma que si se cruzan estos descendientes un 75% de sus hijos presentan un rasgo dominante y solo un 25% presenta el rasgo recesivo.
- La 3° ley refiere a la herencia de varios caracteres de los padres, que es transmitida de manera independiente de los demás, a los hijos.
Es interesante notar que cada uno de nosotros tiene un genotipo particular específico (la información en los genes) pero lo observable como la longitud de las extremidades, el color de los ojos, la pigmentación de la piel, la posibilidad de enrollar la lengua, los “pocitos” en el mentón, el aspecto de la nariz, la forma del rostro, los lóbulos de la oreja, la fisiología y bioquímica de nuestros tejidos y tantas otras características constituyen nuestro fenotipo (griego fainein = visible)
Cuanto el entorno afecta a nuestro genotipo determinará un fenotipo especial. Muchas enfermedades como el Parkinson, la hipertensión, los cánceres, las afecciones cardiovasculares tienen una base hereditaria (mutaciones de genes) pero esto no significa que se manifestarán indefectiblemente, sino que dependerá del grado en que “lo ambiental” influya. De aquí la necesidad de que entendamos cuán importante es para preservar nuestra salud, habituarnos a:
- Depositar nuestras tareas diarias bajo el cuidado paternal de Dios por medio de la meditación en su Palabra y la oración.
- Mantener relaciones sanas con el entorno (espacio físico, familiares, amigos).
- Desarrollar conductas saludables como disfrutar de la luz que proviene del sol y de la frescura del agua.
- Sostener rutinas de recreación y esparcimiento personal.
- Desarrollar simples movimientos y ejercicios musculares.
- Alimentarnos correctamente (calidad, cantidad y variedad en el consumo de semillas, frutas, hortalizas y legumbres).
- Mejorar nuestra respiración, inspirar profundamente.
La herencia es un fenómeno que nos caracteriza a todos los seres vivos. En el relato de Génesis 1: 27 y 28 aparece Dios creador trayendo a la existencia a un hombre y una mujer a su imagen y semejanza para luego bendecirlos y decir: “Fructificad y multiplicaos”.
El hecho de haber sido creados a imagen de Dios, según lo manifestó Gerhard von Rad, tiene que ver con la semejanza física y espiritual.
Hemos recibido una herencia original que nos capacita a vivir de acuerdo a lo que Dios espera de nosotros y nos hace competentes para entender los actos, las decisiones y las promesas divinas.
“El hombre había de llevar la imagen de Dios tanto en la semejanza exterior, como en el carácter […] Su naturaleza estaba en armonía con la voluntad de Dios. Su mente era capaz de comprender las cosas divinas”. Patriarcas y Profetas pp. 25 y 26.
Escoge vivir cada día a la altura de lo que has recibido.