Recientemente, dos paleoantropólogos evolucionistas cuestionaron la “humanidad” de algunos descubrimientos de fósiles de primates. Para ellos, la interpretación de fragmentos óseos de 7 millones de años es más compleja de lo que parece. Los fósiles corresponden a las especies Orrorin tugenensis, Sahelanthropus tchadensis y Ardipithecus ramidus, y se hicieron famosos por crear lagunas en la historia de la evolución de los simios en seres humanos.
Estos paleoantropólogos creen que los fósiles descubiertos no pertenecen a antepasados homínidos, sino que se trata de huesos de monos. El problema es que se han identificado algunas características que los relacionan con los seres humanos. Por ejemplo, el fósil del Sahelanthropus, el más antiguo género de homínidos, es una parte del cráneo, estimado en 7 millones de años. Pero por su forma, los científicos concluyen que ese organismo debía andar erguido, por la forma del área donde el cerebro se conecta con la médula espinal, aunque la anatomía comparativa afirme lo contrario.
Los paleoantropólogos afirman que el fósil de Orrorin, el segundo más antiguo, también debió ser bípedo. Y el famoso esqueleto parcial de Ardipithecus, de 4,4 millones de años, según la datación evolucionista, se parece mucho a los monos del mismo período.
Estas cuestiones planteadas nos hacen pensar: ¿Es tan común este tipo de errores de interpretación? ¿Es tan diferente de lo que se enseña en las escuelas? En ciencia siempre existen debates por la interpretación de evidencias. No es fácil concluir o ser definitivo. Además, las ciencias históricas no admiten la experimentación, pues no se puede recrear el pasado.
Supuestamente, las especies en debate vivieron hace millones de años en una pequeña región de África. Actualmente, solo existen algunos ejemplos aislados que los científicos demoran en estudiar. Otro problema es establecer la edad de los fósiles. Aunque existen técnicas muy avanzadas, tienen sus límites. El método del argón-argón es muy preciso, pero exige la presencia de rocas volcánicas que no siempre están junto a los fósiles. Y la datación por carbono-14 no es confiable para fósiles con más de 40 mil años.
Una dificultad adicional es la homoplasia: una situación que se da cuando dos especies distantes supuestamente evolucionan hacia una especie semejante. Es decir, su semejanza no se debe a una estrecha relación genética. Este es un problema real en el estudio de los fósiles. Semejanza no necesariamente implica ancestralidad común.
Considerando todas estas dificultades, la comprensión científica actual de los orígenes del ser humano está muy bien desarrollada. El registro fósil humano es uno de los más precisos de la biología. Según la teoría de la evolución, desde que los humanos modernos existen, hace unos 20 mil años, la evidencia fósil que dejaron es enorme hasta los 50 mil y 60 mil años atrás. Pero el registro de los ancestros humanos se remontaría a más de 4 millones de años atrás. Todavía resta trabajar muchos detalles para tener un panorama completo.
El planteo de los paleoantropólogos evolucionistas ilustra bien las dificultades para construir árboles filogenéticos que realmente representen las relaciones entre los diversos y posibles ancestros del hombre moderno. Con cada descubrimiento surgen nuevas propuestas de clasificación que intentan acomodar las diferencias y las semejanzas. Esto hace que la investigación siga abierta a nuevas soluciones, incluso aquellas propuestas que consideran una edad más reciente para los ancestros del hombre moderno, como también una clasificación que separe anatómica y taxonómicamente los grupos humanos de los grupos de simios.