por Roberto E. Biaggi, Ph.D.
¿Quién no se ha maravillado con los coloridos diseños de una hermosa flor, o ha apreciado la exquisita fragancia de una rosa? Este grupo de plantas, las plantas con flores, son las angiospermas, y actualmente constituyen casi el 90% de todas las especies terrestres y más del 95% de las especies de plantas vasculares (las que tienen vasos para el transporte de la savia). Pero esto presenta un grave problema para el modelo evolutivo, porque en ese modelo este grupo de plantas apareció hace relativamente poco tiempo, casi abruptamente, y luego se diversificó en forma espectacular incluso en épocas más recientes.
Esto es un rompecabezas para los evolucionistas y se conoce desde hace mucho tiempo, incluso antes de que Darwin formulara su Teoría General de la Evolución, cuando se analizan los restos fósiles de este grupo de plantas con flores en la columna geológica. Y es interesante notar que cuando se compara el número de especies de un grupo de coníferas como las ginkgos, que como mucho solo tienen unos cientos de especies, con una de las muchísimas familias de las angiospermas como las orquídeas, vemos que tienen más de 10.000 especies. Por lo cual existe un doble problema: la aparición repentina de las plantas con flores en el registro fósil y luego una dramática radiación para producir miles de especies.
¿Se acuerdan de la “Explosión del Cámbrico”, en la base del Fanerozoico, donde aparecen de golpe, sin antepasados en estratos inferiores, la mayoría de los filos de animales en el registro fósil? Bueno, una discontinuidad similar es la aparición abrupta de las plantas con flores. Este evento es extraordinario, porque las angiospermas aparecen en la base del Cretácico, sin antepasados en las capas inferiores, y aún más, para el Cretácico medio ya existían como 50 familias de plantas con flores, como si, como expresan algunos paleontólogos, hubieran aparecido de la nada, hubieran sido plantadas por un Creador, o sus flores hubieran brotado totalmente formadas, como en el mito de Afrodita.
Darwin conocía muy bien este problema, y no le gustaba para nada, y en una carta datada en 1879 a su amigo Joseph Hooker, director del Jardín Botánico Real de Kew, Londres, escribió que “por lo que podemos juzgar, el rápido desarrollo de todas las plantas superiores en tiempos geológicamente recientes es un misterio abominable”. En realidad, Darwin se refería a la primera aparición de las angiospermas dicotiledóneas y su rápida diversificación. En esos días se creía que las monocotiledóneas (otro grupo de plantas con flores con un solo cotiledón, como el maíz) tenían un registro fósil mucho más antiguo. Pero ahora se sabe que en realidad todas las angiospermas aparecen abruptamente en el Cretácico, y encima no se encuentran antepasados en los estratos inferiores.
Esta formidable discontinuidad en el registro fósil, es otra evidencia más que cuestiona la teoría evolutiva. Como sabemos, una de las predicciones básicas de la teoría de Darwin es el gradualismo: los seres vivos fueron evolucionando a través del tiempo mediante pequeños cambios que se producían gradualmente en una larguísima cadena de eslabones intermediarios. Pero esto no es lo que se ve en el registro fósil. Hace unos años, un autor analizó a fondo el significado del “misterio abominable” de Darwin, y encontró que esta aparición abrupta de tantas especies de angiospermas presentaba un serio conflicto con su perspectiva gradualista del cambio evolutivo, y que Darwin aborrecía la posibilidad de que la evolución pudiese ser rápida y a grandes saltos. Las plantas con flores aparecen abruptamente sin antepasados en los estratos inferiores.
Encima de todo esto, justo más arriba en el Cretácico ocurre una muy rápida diversificación de las plantas con flores, la que se ha denominado el “segundo misterio abominable”. Un reciente artículo muestra que, para Darwin, todo esto era tan abominable (despreciable, profundamente desagradable), porque algunos de los paleobotánicos contemporáneos, como su amigo Oswald Heer y su crítico William Carruthers no solo consideraban que toda esta evidencia se oponía a la evolución, sino que además les daba razones para argumentar que el registro fósil de las plantas “ofrecía evidencias para una intervención divina en la historia de la vida”.
Lo interesante de este “misterio abominable” es que encaja perfectamente en la controversia entre la evolución y la teoría del diseño inteligente. Como mencionamos, el registro fósil de las plantas con flores refuta el concepto básico del gradualismo darwiniano. Sin embargo, estos mismos datos están de acuerdo con las predicciones del diseño inteligente, el cual postula un diseñador que especifica información compleja en la creación de diferentes formas y estructuras complejas en las plantas con flores.
Por un lado, estos “misterios abominables” siguen siendo un problema para la evolución, a pesar de muchos intentos documentados en serias publicaciones. Y el problema es mayor, porque todos los antepasados propuestos en capas inferiores han sido refutados. Por otra parte, se han ofrecido evidencias que apoyan un modelo de creación tal como se presenta en el texto bíblico. Concluimos citando las palabras de Elena de White:
“Cada flor que abre sus pétalos a la vera del camino debe su existencia al mismo poder que colocó los mundos y estrellas en el cielo. Por toda la creación se siente palpitar la vida del gran corazón de Dios. Sus manos engalanan las flores del campo con atavíos más primorosos que cuantos hayan adornado jamás a los reyes terrenales” (El discurso maestro de Jesucristo, versión online).