Por el Dr. Roberto Biaggi
Cualquiera de ustedes que haya visitado un Parque Nacional o quizá un bosque, monte o selva cercanos, habrá quedado impactado no solo por la belleza del paisaje sino también por la diversidad de organismos que se encuentran allí. Desde inmensos árboles como los alerces de la Patagonia, hasta los fantásticos timbós de las selvas del noreste argentino y los innumerables helechos que cubren el suelo o las lianas que se enroscan en los troncos de las selvas de Brasil.
Y además, los animales. Si agregamos los más pequeños, como insectos, o los moluscos tan comunes en los mares, de los que vemos sus caparazones en las playas, ¡que abundante variabilidad! Y por supuesto, si tomamos una lupa o un microscopio, el mundo de estos organismos tan pequeños ¡es asombroso!
Pero eso no es todo, si realmente quisiéramos conocer la diversidad en nuestro mundo, deberíamos considerar las especies de organismos que ya no existen, los que aparecen como fósiles.
Los científicos que investigan la diversidad de la vida sobre la tierra han descrito hasta ahora cerca de 2 millones de diferentes especies de todo tipo, desde animales, plantas y hongos, hasta los unicelulares como las bacterias y los protozoos.
Son tantos organismos diferentes, pero todos tienen algo en común: todos están hechos de células, la unidad básica de todos los seres vivos. Y qué fantástica es esta estructura microscópica, que es la unidad viviente de todo lo vivo. De hecho, miles de organismos son una sola célula viva, a diferencia de los humanos, por ejemplo, que tienen como 200 diferentes tipos de células. Pero gracias a ellas, todos tenemos vida.
Desde que Hooke las observó por primera vez en 1665, la ciencia ha avanzado tanto y especialmente la biología celular, que ahora podemos ver realmente cuán compleja es la célula, desde las procariotas como las bacterias hasta las eucariotas como las de nuestro cuerpo. Todas están compuestas de las moléculas químicas simples y complejas esenciales que forman sus estructuras, como la membrana, la pared celular, inclusiones de varios tipos, los microtúbulos y otros filamentos del citoesqueleto, una cantidad de maquinarias complejas, el núcleo y otros organelos (en las eucariotas), en el exterior cilios y flagelos que se proyectan desde la superficie de la membrana y facilitan su movimiento. Además, contienen el material genético, como los ácidos nucleicos (el ADN y ARN), las moléculas que contienen la información para fabricar otras moléculas complejas como las proteínas, y dirigir las actividades y procesos celulares.
Desde principios del siglo XX, los científicos naturalistas evolucionistas, tratando de explicar el origen de los seres vivos a partir de una célula simple original, pero sin conocer toda esta complejidad, propusieron que el primer organismo unicelular muy simple debió originarse en alguna charca de agua por abiogénesis. Es decir, un proceso puramente químico en el que las moléculas químicas simples básicas se fueron uniendo hasta formar las moléculas más complejas que luego habrían formado las estructuras de la célula y eventualmente se habría convertido en un ser vivo. Pero, a pesar de todos los experimentos realizados desde 1952 hasta hoy, jamás se ha podido demostrar la síntesis natural de una célula, ni siquiera sus moléculas químicas complejas básicas como las proteínas y los ácidos nucleicos. Algunos incluso piensan que la teoría de la abiogénesis ha fracasado.
Siendo que los investigadores hoy han descubierto en la célula cientos de estructuras y procesos ricos en información, muchos científicos están convencidos de que es imposible que una célula se pueda originar por un proceso puramente natural. La complejidad irreductible de tantas de estas estructuras y mecanismos celulares, la naturaleza misma del ADN, que funciona como un código para especificarlas, así como tantas evidencias en el mundo físico y la naturaleza del universo, como también en los mismos organismos, señalan la acción de un Diseñador inteligente para especificar esta información tan compleja.
Esto ya lo había percibido Alfred Russel Wallace (quien junto con Darwin, propuso el cambio en las especies por selección natural) cuando escribió su libro El mundo de la vida: Una manifestación de un poder creativo, una mente directriz y un propósito final (1910, p.338):
“Lo que requerimos absolutamente y debemos postular es, una Mente mucho más elevada, mucho mayor, más poderosa que cualquiera de las mentes fragmentarias que vemos a nuestro alrededor– una Mente no solo adecuada para dirigir y regular todas las fuerzas que actúan en los organismos vivos, sino que es en sí misma la fuente de todas esas fuerzas y energías, como también de las fuerzas fundamentales de todo el universo material.”
Y estamos de acuerdo con Wallace, porque como se expresa en Juan 1:
“En el principio ya existía la Palabra [el Verbo], la Palabra estaba con Dios, y Dios mismo era la Palabra… Por ella fueron hechas todas las cosas… En ella estaba la vida”.
¡Qué hermosa declaración del poder de Dios! Por su diseño inteligente se crearon las células de los seres vivos de todo el universo.
¡La célula es una maravilla de la creación, la impronta distintiva e indiscutible del poder de Dios creador!