por Mariano Agustín Caffarelli
Dios existe se leía en la portada del libro que tenía en mis manos. Antony Flew, el autor, quería compartir las razones por las cuales creía en una inteligencia superior. No obstante, la mayor parte de su vida, Flew fue un prominente filósofo ateo. En el ambiente académico se lo consideraba creador de un principio filosófico llamado “presunción de ateísmo” que, en términos generales, significa que quienes tienen que dar evidencia de la existencia de Dios son aquellos que creen en él y no al revés. Por lo tanto, Flew, a sus 81 años, siguiendo su propio principio filosófico, expresó un cambio de rumbo en sus convicciones, y escribió sobre las evidencias que lo llevaron a creer en Dios.
¿En qué se basó Flew para cambiar de parecer? En sus propias palabras:
“La ciencia atisba a tres dimensiones de la naturaleza que apuntan hacia Dios. La primera es el hecho de que la naturaleza obedece leyes. La segunda es la dimensión de la vida, la existencia de seres organizados inteligentemente y guiados por propósitos, que surgieron de la materia. La tercera es la propia existencia de la naturaleza” (Antony Flew, Dios existe. Madrid: Trotta. 2013).
En la primera dimensión, cuando se habla de ley se habla de patrones regulares o simetrías en la naturaleza; como por ejemplo la ley de Boyle o la primera ley de Newton. Sin embargo, lo que llama la atención de Flew es que esas regularidades son matemáticamente precisas, son universales y están ligadas unas a otras. Sostiene que si existen leyes, existe un legislador: Si aceptamos el hecho de que hay leyes, entonces algo debe imponer esa regularidad al universo. ¿Qué agente o agentes son los responsables?
Ahora bien, ¿por qué existen las leyes que existen? En esta segunda dimensión, Flew avanza en la idea del ajuste fino. Estas leyes son tan precisas que un cambio en sus fórmulas no haría posible sostener la vida. Fuerzas como el electromagnetismo permiten que los planetas no se desintegren e incluso que funcione el código genético. Preguntarse acerca del origen de estas leyes es preguntarse acerca de la mente divina. Flew ilustra la idea del ajuste divino comparándola con un viaje de vacaciones. Supongamos que un viajero entra a la habitación que ha reservado y percibe que la música ambiental es su preferida, que la cama está acomodada tal como en su propia casa, que la comida es la favorita, y un sinfín de otros elementos que lo hacen sentir cómodo. Lo lógico es que el viajero comience a pensar que todos esos detalles no son casualidad. De alguna forma, alguien sabía que iba a llegar a esa habitación y quiso hacerlo sentir cómodo.
Por último, lo que Flew considera más importante respecto de su creencia en Dios es la propia existencia de la vida. La pregunta que los evolucionistas deben responder es: ¿cómo puede un universo hecho de materia no pensante producir seres dotados de fines intrínsecos, capacidad de autorreplicación y una química codificada? (se refiere a que el organismo de un ser vivo está organizado con propósitos y finalidades, respondiendo a un código genético). Aunque el código genético es bien conocido en los ambientes académicos, no hay respuesta científica para explicar su origen. Ahora bien, los lenguajes y sistemas de comunicación que conocemos han sido desarrollados por seres inteligentes. Por lo tanto, el código genético, en tanto lenguaje, también se origina en un ser inteligente. De esa forma, es ilógico pensar que de la nada y de la desorganización e inconsciencia, haya surgido un ser ordenado, consciente de sí mismo, que puede replicarse mediante un código genético.
Aun así, por más argumentos científicos o académicos que puedan surgir para explicar la existencia de Dios, el apóstol Pablo implora que nuestra convicción en Dios no se base en evidencias, sino en la fe.
“Es necesario que quien se acerca a Dios crea que él existe” (Hebreos 11:6).
Los adventistas del séptimo día creemos que Dios es más que una inteligencia superior. Aunque algunos científicos y pensadores cristianos como Flew, o el propio Einstein, crean en un ser de inteligencia superior, nosotros creemos que ese ser es una persona real, que tuvo y tiene participación en la historia de nuestra humanidad y que, por ende, participa en nuestra realidad cotidiana.
El gran Diseñador comparte con gusto la realidad humana, tanto colectiva como personal. Tan grande es su deseo de participar, que sus manos traspasadas darán cuenta de ello durante toda la eternidad.